Mario
Desbordes
Jiménez

Mi historia

Probablemente muchos conocen mi trayectoria política más reciente: fui Presidente de Renovación Nacional, diputado por el distrito 8 y hasta hace muy poco, Ministro de Defensa.

Sin embargo, es mucho más lo que a uno lo define. Te quiero pedir unos minutos de tu atención para que me conozcas, sepas mi historia, mis convicciones y por qué quiero ser Presidente de la República.

De dónde yo vengo

Nací el 15 de octubre de 1968 en el Hospital San Juan de Dios de Los Andes, ciudad en la que viví mis primeros años.

De mi abuelo, que trabajó como obrero desde los 14 años, heredé la pasión por Colo-Colo. El me enseñó que para salir adelante hay que madrugar y trabajar duro.

Estudié en la Escuela Básica E-566 de la Cisterna y en el Liceo A-109 de la comuna de El Bosque, que hoy se llama Liceo Juan Gómez Millas. Muchos de mis compañeros de curso se quedaron “pateando piedras”. Ahí descubrí que la cancha no era pareja para todos. Cuando he regresado a mi liceo me doy cuenta que, a pesar de los años y los importantes avances de las últimas décadas, este sentimiento de abandono persiste en muchos sectores, donde el panorama que se ofrece a los sueños y aspiraciones de la gente es poco más que “barro más cemento”.

La crisis del año ‘82 golpeó fuerte a muchas familias como la mía. Mi padre estuvo varias veces cesante, y esto supuso privarnos de ciertas cosas. Nuestras navidades, por ejemplo, eran sencillas y sin regalos. Mi madre, hasta en los momentos más difíciles, se las arreglaba para que estuviéramos bien y para hacer de la nada almuerzos ricos y cariñosos: guiso de zapallo italiano con papas doradas, acelgas con huevo frito y guiso de zanahoria con croquetas de coliflor. Tengo la mayor admiración por la mujer chilena, que durante años y en silencio, ha sabido ponerle el hombro a la adversidad. Gracias a ella y su trabajo, muchas veces no remunerado, miles de hombres han podido salir a trabajar, muchos niños se han educado y familias enteras lograron salir adelante. Es hora de contar la historia tal y como es. No lo escondo, soy un feminista por convicción, por eso me la jugué de lleno para que la paridad de género sea una realidad en la Convención Constitucional.

Corazón verde

En 1987 entré a la Escuela de Carabineros. Como aspirante adquirí una disciplina que me ha acompañado toda la vida, una ética del trabajo que es fundamental para que las cosas pasen.

Como carabinero me tocó ser testigo de otro Chile, uno que sigue existiendo y que no aparece en los diarios, ni en las pantallas de televisión. El Chile de la calle, donde la realidad siempre es más compleja y las cosas nunca son blanco o negro.

Algo que me marcó profundamente fue el asesinato, a manos del Frente Manuel Rodríguez, de un compañero y amigo carabinero. Me tocó recogerlo del suelo y entregárselo a su viuda e hijo, que en ese entonces tenía solo un año. Hoy nadie reclama por este crimen y todavía no sabemos los nombres de quiénes fueron los responsables. También pude conocer y conversar con uno de los condenados por los asesinatos de José Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino, mientras se encontraba detenido en mi comisaría. Cosas como éstas son las que nunca se olvidan, y nos muestran hasta qué punto nuestra sociedad puede verse sumergida en el odio y la violencia. Como católico creo en la dignidad de la vida humana, cuya degradación es injustificable bajo cualquier circunstancia y contexto. En este principio se funda mi adhesión y respeto incondicional por los derechos humanos de todas las personas.

Entre la familia, el trabajo y los estudios

En 1994 renuncié a Carabineros por amor, para casarme con quien es la madre de mis dos hijos mayores, Francisca y Diego. En esos tiempos había que pedir autorización y a mí no me la dieron. Por cosas de la vida, terminamos separándonos. Tiempo después conocí a Carolina, con quien llevo 17 años de matrimonio. Junto a ella estuvimos 11 años luchando por tener un hijo. Perdimos a siete a los cuatro meses de embarazo, todo con mucho dolor, pero perseveramos hasta que logramos tener a la Florencia. En ese momento mi hijo fue papá a los 16 años. De hecho, mi hija es menor que mi nieta. A mis 52 años soy el abuelo más feliz del mundo.

Luego de dejar Carabineros me fui a Gendarmería, donde trabajé por 6 años en programas de reinserción social para personas privadas de libertad. Las cárceles nos muestran mucho sobre la naturaleza humana y sobre aquellos problemas que como sociedad a veces preferimos ignorar.

Por ese entonces comencé a estudiar Derecho robándole horas al sueño. El año 2000 dejé Gendarmería y entré al mundo privado: fui gerente en la Lotería y tuve un emprendimiento en revelados fotográficos, el que quebró con la masificación de las cámaras digitales. Lo digo bien en serio: me fue tan mal que perdí hasta la camisa. Los cambios tecnológicos son siempre una amenaza y una oportunidad. Aquí tenemos mucho que hacer para que las transformaciones ya en marcha signifiquen un auténtico beneficio para todos.

El dolor más grande de mi vida ha sido la pérdida de Pablo, mi hermano menor. Él falleció en un accidente aéreo el 2010. Un tipo genial, alegre, éramos muy unidos. El militaba en la UDI y yo en Renovación, y aunque teníamos diferencias, nos respetábamos y queríamos mucho.

La política como servicio público

En Renovación Nacional milito hace veinte años y partí desde abajo. Estoy orgulloso de haber recibido la confianza de sus militantes para desempeñarme en distintos cargos, desde presidente comunal en Buin a presidente nacional del partido. He sido candidato a alcalde y a diputado, fui subsecretario de Investigaciones y Ministro de Defensa, en los gobiernos del Presidente Sebastián Piñera. En todos estos años, en mi vida laboral y política, he conocido de triunfos y derrotas.

Uno de los momentos que más me llenan de orgullo en estos años de servicio público es haber contribuido y liderado el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019. Luego de las jornadas más violentas del estallido, fue este acuerdo el que permitió al país marcar un camino de salida a la crisis, un acuerdo que fue capaz de hacer sentido a los millones de compatriotas que llevaban semanas manifestándose pacíficamente.

Los hechos de octubre del 2019 fueron un remezón que venía desde las entrañas del país. Se trató de un momento de incertidumbre, y que a pesar de la violencia, ha colmado de esperanza a millones de compatriotas. Nuestro país tiene por delante un gran desafío: debemos salir de esta crisis, y para ello necesitamos un nuevo pacto social que sea capaz de interpretar los anhelos de todos los sectores de la sociedad chilena, con una nueva Constitución que deberá fijar el norte de nuestro país para las próximas décadas.

Con todo lo que ha pasado este último tiempo, muchos temen que de esta crisis no salga nada, que todo siga igual o peor, y que volvamos a estar tan divididos como en el pasado. Gracias a Dios, la historia no fue esculpida en piedra, y a nosotros nos corresponde escribirla. Una misma piedra puede usarse para agredir o edificar. Yo al menos no pretendo, dividir al país entre buenos y malos, entre populistas y tecnócratas. Nosotros queremos convocar a todas y todos aquellos que quieran unir a Chile, reparando lo que esté roto y construyendo lo que aún falta por hacer. Todo esto con sensatez y moderación, sin estridencias. Debemos recuperar la seriedad de la política y terminar con la política del show, el espectáculo lamentable y la confrontación estéril. Es urgente cultivar una nueva disposición para escucharnos los unos a los otros, siempre poniendo por delante el interés de Chile y de su gente, porque, en definitiva, de los moderados es la democracia.

Los invito a contribuir al entendimiento y la unidad; a que trabajemos juntos por la justicia y la paz; a promover un progreso equitativo y solidario para todos. Acompáñanos en este camino. Por nuestros hijos, por nuestros nietos; por nuestras mamás, nuestros papás, nuestras abuelas y abuelos, por nuestro futuro. Por Chile.

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